Doctor Uribe, me recuerda usted a una fábula infantil muy famosa, una que se quedó especialmente en mi memoria por tener un mensaje claro de infamia y cinismo, pues ha sabido venderse como una pobre víctima, cuando en realidad es usted un victimario indolente e implacable. Ay, si tan solo Rafael Pombo lo hubiera conocido ¡le aseguro! hubiera sido usted el protagonista de su historia.
Considero sin embargo que no es tarde, bien podríamos hacer una secuela inspirada en este clásico de la literatura, pero con usted por musa, sería entonces una historia dotada de realismo sucio a lo Bukowski, de visceralidad cual cine ero-guro y ¿por qué no? con narcotráfico y burocracia para dotarla de folclore colombiano. Una fábula que no es cuento, pero si es de no creer.
Érase una vez un viejito bonachón,
de sombrero y de carriel,
Sin nadita que temer,
Sino más de trescientos procesos en su contra,
Que negó a más no poder.
Negó las masacres y los falsos positivos,
Negó los nexos paramilitares
Y la compra de testigos,
Negó la compra de votos
Y el fraude procesal,
Negó además la creación del bloque metro y las chuzadas porque ajá.
El pobre negaba y negaba
Porque de toda esa cochinada
Sabían todos, pero él nada.
Y este viejo miserable
No tenía en que vivir,
Fuera de una casa grande
De mil quinientas hectáreas,
Con lagos, caballos y vacas,
Esta pobre casuchita recibió además
Subsidios del Estado,
De tres mil doscientos veintisiete milloncitos
Que le dio su amigo Arias,
Una misera limosna
Para un pobre viejecito
Sin plática pa’ vivir.
En fin, un pequeño latifundio improductivo
En el que el pobre doctorsin,
Se sentía secuestrado
Y no hacía sino sufrir,
Cual Pablo Emilio en su catedral,
Pero un poco más grande
Como para gomeliar.
Y nadie, nadie lo cuidaba,
Si no el presidente Duque
Y partiendo desde allí,
Todo su gabinete de vasallos,
uribistas a morir;
La fiscalía tenía comprada,
Del congreso era el rey,
Del senado la mayoría
Y más de cien escoltas también tenía,
Cuidando su rabo de paja tanto de noche como de día.
Los testigos de sus crímenes
O desaparecen o no declaran,
Tal es el caso de Diego cadena
O De Andrés felipe Arias,
Pobrecitos lava perros
Implacables con su fin,
Proteger a un pobre anciano
Vulnerable e infeliz.
Nunca, nunca tuvo en qué sentarse,
Sino en sillas de adoquín,
Como las de la aeronáutica
Y las del cartel de Medellín,
También reposó su ojete
En las del concejo y la alcaldía,
De allí pasó a las del senado
Y luego a la de la gobernación,
Más nunca estuvo tan a gusto
Como en las del rey de la nación,
Con sus dos presidencias consecutivas
Que quería postergar,
Pero que evitando una dictadura
El congreso debió frenar,
Entonces el pobre viejecito
Se hubo de conformar,
Con las del senado
De las que se debió también parar,
Pues si no lo hacía con celeridad
La corte suprema lo iba a despojar,
De su supuesto buen nombre
E iba a develar,
Que este cuchito infame
No era sino un criminal.
Nunca, nunca tuvo él vergüenza
De su oscuro pasado,
Pues según su turbia memoria
Al país no había fallado,
De las Guacharachas nunca hablaba,
Ni del bloque metro de las A.U.C,
Y a Monsalve no hacía sino temer
Pues nadie debía saber,
De sus nexos con el paramilitarismo
Y con las convivir también,
De la masacre del aro y la granja
Tampoco tiene memoria,
Pues, aunque no padece de alzheimer,
Este pobre viejecito prefiere no recordar,
Sus antecedentes oscuros
Que lo pueden condenar,
Al séptimo círculo del infierno de Dante,
Hundido en el río de sangre hirviente
Que sería el castigo mínimo
Por cruel e indolente.
Y este pobre viejecito
Cada año hasta su fin,
Tendrá un año más de impunidad
Y uno menos de castigo,
Pues es sabido que de la fiscalía
Es muy cercano amigo.
Y al mirarse en el espejo
Lo espantaba siempre allí,
El reflejo de un tirano
Ventajoso y malandrín,
Vestido de terrorista
con motosierra y fusil.
Y el infeliz no se moría,
Muy buenas era él,
De Covid fue asintomático,
Y de las acusaciones inmune,
Nada más puede esperarse
De un narcoestado impune.
Y nadie podrá quejarse
De sus todas sus bajezas,
Pues en el país del olvido todo pasa,
Se supera.
Y por si acaso se menciona
Siempre cabe la censura,
Pues en Locombia la verdad tiene precio,
Muestra de ello la revista Semana,
Viki Davila e Isabel Rueda,
Con reportajes sesgados,
Falacias y webadas,
En donde hablan de todo
Y al final no dicen nada.
Y este pobre viejecito al morir nos dejará
Un país envuelto en guerra,
Narcotráfico y tiranía,
Un Estado dictador
Con “homicidios colectivos”
Como el pan de cada día,
Solo nos queda esperar
Que quizás algún día,
El infierno lo reclame
Y nos libere de su eterna tiranía,
Pudiendo al fin disfrutar
De un país sin Uribe ni uribismo
Sin las bajezas de este pobre
De su infamia y su terrorismo.